jueves, 30 de junio de 2016

Clase N° 11 /año 3 - jueves 23 de junio 2016

Cuando Ana María Shua
soñó microrrelatos


Hicimos una clase feliz la del jueves pasado, fue lúdica. A sonrisas giocondescas y a carcajadas leímos. Porque hablar de literatura es hablar de placer, un placer “inesperado” como dice Leopoldo Brizuela, “ una fuente inagotable de placer" insiste Fernando Iwasaki Cauti, o como sentencia el gran Mario Vargas Llosa: “La buena literatura da placer y crea gente menos manipulable”.



Leímos parte de La sueñera, obra de Ana María Shua, y trabajamos el tejido del microrrelato, o microcuento, minificción, microficción, cuento brevísimo, minicuento, o como se llame… siempre desde el abordaje de lo poético y en busca también siempre, si fuera posible, del revés de su trama.

El microrrelato es una construcción literaria breve brevísima. Aunque la brevedad “no sea, ni con mucho, el único rasgo que sea necesario observar en estas brillantes construcciones”, como nos dice el profesor David Lagmanovich, donde incluso uno de los ejemplos es una bellecita de texto de La sueñera de Shua.



Aquí el link

Veamos primeramente algo acerca del subgénero. Dicen que microrrelato es la denominación más usada para un conjunto de obras diversas cuya principal característica es la concisión de su contenido.




¿CÓMO ESCRIBIR UN MICRORRELATO?

Aquí van algunos trucos para empezar a escribir vuestros microrrelatos:

1.                     Un microrrelato es una historia mínima que no necesita más que unas pocas líneas para ser contada, y no el resumen de un cuento más largo, ni una anécdota, ni una ocurrencia.

2.                     A diferencia de los relatos, el esquema narrativo de nudo - desarrollo -desenlace, no funciona. Es demasiado largo para este estilo de contar historias. El microrrelato elimina el desarrollo y se apoya en el clímax para darle un giro inesperado. Gran parte de la fuerza del microrrelatos es conseguir provocar la sorpresa en el lector.


3.                     Habitualmente el periodo de tiempo que se cuente será pequeño. Es decir, no transcurrirá mucho tiempo entre el principio y el final de la historia. Del mismo modo, conviene evitar la proliferación de personajes (por lo general, para un microrrelato tres personajes ya son multitud), así como los escenarios múltiples.

4.                     Para evitar alargarnos en la presentación y descripción de espacios y personajes, es aconsejable seleccionar bien los detalles con los que serán descritos. Un detalle bien elegido puede decirlo todo.


5.                     Un microrrelato es, sobre todo, un ejercicio de precisión en el contar y en el uso del lenguaje. Es muy importante seleccionar drásticamente lo que se cuenta (y también lo que no se cuenta), y encontrar las palabras justas que lo cuenten mejor. Por esta razón, en un microcuento el título es esencial: no ha de ser superfluo, es bueno que entre a formar parte de la historia y, con una extensión mínima, ha de desvelar algo importante.

6.                     Pese a su reducida extensión y a lo mínimo del suceso que narran, los microcuentos suelen tener un significado de orden superior. Es bastante habitual que el autor del microrrelato juegue con la ambigüedad del lenguaje, y la elocuencia de lo que no se dice. En definitiva, piensa distinto, no te conformes, huye de los tópicos. Uno no escribe (ni microrrelatos ni nada) para contar lo que ya se ha dicho mil veces.


(Texto tomado de las Bases del Concurso de Microrrelatos,  publicadas por la Biblioteca "Severo Ochoa" del Instituto Cervantes)




Como sospechamos, circulan por allí y por allá varias páginas con decálogos o recetas para “fabricar” un microrrelato. Y hay gran tradición literaria en este tipo de texto, desde Borges y Cortázar, pasando por Monterroso y Lugones, entre otros. Podríamos tipificar sin duda características en común del subgénero en cuestión. Pero todo ello está a un solo click de quien sabe y quiera buscar.

Por eso, hoy veremos en especial textos de una gran escritora argentina, Ana María Shua, pertenecientes a su libro La sueñera, con copyright en 1984 y publicados, en la edición que tengo, por Emecé en 2006.

Para comenzar, es una voz femenina, un yo lírico femenino, diría, porque se trata de textos inmanentemente poéticos. Con una particular fuerza e ironía muy fina, y que requiere de una gran competencia del lector, casi una complicidad diría.



Ya desde la contratapa, y para atrapar al lector, se lee:

“Un lector compra La sueñera, un libro que contiene 250 textos. Esa noche alcanza a leer los cinco primeros. En el sexto se queda dormido. Palabra por palabra, punto por punto, sueña los 244 restantes. Pero nunca lo sabrá. Por eso vuelve al libro todas las noches. Lo mismo le sucederá a usted”.


Siguiendo su línea argumental borgeana, cuando cayó este libro en mis manos obvio que primero busqué aquel sexto al que ella hace referencia. Por deleite, para seguirle el juego a Any. Que dice así:

6.
En la selva del insomnio no es necesario internarse. Crece a mi alrededor. No hay bestias más feroces que los grillos. En un claro, creo adivinar el sueño. Me acerco lentamente, acallando, para no despertarlo, el rumor de mis pasos. Sin embargo, cuando recojo la red, está vacía. Para volver a encontrar la pista tengo muchos recursos: enumerar los árboles del bosque, olvidarlos, concentrarme en el curso de las aguas de un río, tomar café con leche (varias tazas), recordar hacia atrás o hacia delante. Entretanto, por un momento, me distraigo, y el sueño se arroja sobre mí. Me duermo tan feliz que no recuerdo ya quién era el cazador y quién la presa.


Y sí, hay travesura soñadora, como continúa desde la contratapa: “Entre lo onírico, lo fantástico y lo absurdo, La sueñera teje una red de historias mínimas que se entrelazan imperceptiblemente hasta formar un universo hecho de sorpresa, espanto, risa y magia. Su lectura depara placeres insospechados, aún adictivos, agazapados tras una fugacidad y una sencillez ilusorias.

 Gráciles y sutiles como las alas de una mariposa, estos relatos breves, minicuentos o microficciones, han hecho de Ana María Shua una de las más reconocidas representantes de este especial género literario. En palabras de Oscar Hermes Villordo: “Un ejercicio de pensar que recurre al humor, a la buena literatura y al enfoque original de alguien que en verdad tiene algo de decir”.

Fíjense en los tiempos verbales. Ella siempre utiliza el presente, más bien una suerte de present continuous, porque la acción siempre está transcurriendo en el momento en que el lector lee y construye su propia lectura del texto.
La característica, decíamos, es siempre la prosa en presente. Usa referencias conocidas. La plasticidad del tema onírico le brinda el mejor marco lúdico, y persistentemente está presente el remate inesperado, lo humorístico –que siempre exorciza el mal y la tristeza de este mundo– que está atento a corretear y cambiar de lugar los lugares comunes.

Hija dilecta de la ironía de Oliverio Girondo, influenciada por los mejores Kafka y Borges, Shua coloca la cita de autoridad que preside la obra inexcusablemente a cargo de Max Brod, el gran amigo y albacea de Kafka. Y desde allí nos señala la puerta de entrada, como si no hubiera bastado con el título del volumen. La cita dice así:

Una tarde en que (Kafka) vino a verme –aún vivía yo con mis padres-, y al entrar despertó a mi padre, que dormía en el sofá, en vez de disculparse dijo de una manera infinitamente suave, levantado los brazos en un gesto de apaciguamiento mientras atravesaba la habitación de puntillas: ‘Por favor, considéreme usted un sueño’.” Max Brod.


Leemos, entonces, textos escogidos al azar de La sueñera. Digo al azar porque en el taller comenzamos a leer aleatoriamente pidiendo que dijeran números los asistentes, quienes divertidos como en una especie de bingo literario, comenzaron a dar cifras. De alguna manera fuimos conformando un mapa propio de lectura. Que luego y por exclusiva practicidad colocamos en orden numeral creciente. Eso sí, comenzamos por el 1 y luego leímos el 250, el alfa y el omega.
A disfrutarlos:

1.
Para poder dormirme, cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose topetazos. La número once salta más alto de lo debido y baja planeando. A continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una desgracia: el lobo número treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio rápidamente la cuenta regresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la última oveja?

2.
Un grito entra por la ventana. Si lo dejo salir, volverá a molestarme. Rápidamente bajo las persianas y me entiendo con él. Le propongo sonar libremente en los horarios que prevé el reglamento. Él es frugal. Yo soy generosa. Sin embargo, la convivencia nos resulta imposible. A la larga, dormir toda la noche conun grito reprimido suele traer dolores de cabeza.

5.
Apenas cierro los ojos, me caigo. Con los ojos abiertos, busco la grieta. No en encuentro solución de continuidad en el aire. En las sábanas hay hormigas, pero no huecos. Al colchón no lo reviso: para mí, escomo un hermano. Todo bajo control. Vuelvo a dormirme. Apenas cierro los ojos, me caigo.

9.
Fumando, me quedo dormida. Del otro lado, soy feliz: es un buen sueño. El cigarrillo cae sobre la alfombra y la enciende. La alfombra enciende la cortina. La cortina enciende la colcha. La colcha enciende las sábanas. De la casa queda sólo un montón de cenizas. Del otro lado, sigo siendo feliz: ya nada puede obligarme a despertar.

13.
Consulto textos hindúes y textos universitarios, textos poéticos y textos medievales, textos pornográficos y textos encuadernados. Cotejo, elimino hojarasca, evito reiteraciones. Descubro, en total 327 formas de combatir el insomnio. Imposible transmitirlas: su descripción es tan aburrida que nadie podría permanecer despierto más allá de la primera. (Ésta es la forma 328)

16.
En la oscuridad confundo un montón de ropa sobre una silla con un animal informe que se apresta a devorarme.  Cuando prendo la luz, me tranquilizo, pero ya estoy desvelada.  Lamentablemente, ni siquiera puedo leer.  Con la camisa celeste clavándome los dientes en el cuello me resulta imposible concentrarme.

17.
En la cola, el público se enoja. Unos claman contra el gobierno y otros contra el desgobierno. En su ventanilla, el funcionario, impasible. Pero ese hombre está dormido, se agita delante de mí un señor calvo. No señor, los que estamos dormidos somos nosotros, le explica una señora en voy muy bajita (el que se despierta pierde el turno). Muchas horas después doy mi nombre en la ventanilla sólo para descubrir que me he equivocado de sueño.

18.
Es realmente una exposición muy amplia. Se exhiben, entre otras cosas, efectos personales, árboles enanos, lugares comunes, desodorantes, armónicas alemanas, tostadoras eléctricas, esperanzas de pobre, entelequias, fanegas, sinéresis y samovares. No se puede decir que la selección sea totalmente arbitraria: algunos árboles enanos son, por ejemplo, efectos personales, muchas sinéresis resultan armónicas. Todo me interesa. Me detengo a preguntar el precio de un tranvía pero no me lo quieren vender. De todos modos no traje vías para llevármelo.

23.
El primer grito me alza la piel en un estremecimiento verde. El segundo grito se me hunde en los ojos y es una brasa. Al tercer grito reconozco mi voz y me despierto. ¿Qué viste?, me preguntan. Ojalá supiera, contesto yo. Pero sé que es mentira.

25.
Mi papá no está contento conmigo. Me mira más triste que enojado porque sabe que le oculto un secreto. Estás muerto, quisiera decirle. Pero tengo miedo de que no venga más.

32.
Pelando zanahorias me corto un dedo. De la herida brotan gotas de alquitrán que manchan el parquet. Tratando de limpiarlo, hago un agujero en el piso. En el departamento de abajo hay una reunión de cátedra. Entre los profesores estoy yo. Al levantar la vista me descubro espiando. Eso te pasa por pelar zanahorias, me digo, muy enojada.

33.
Cruzo un río atravesando un puente. A nado cruzo otro río. El tercero lo cruzo en un bote. A lo lejos se divisa otro río. .Extraña comarca, le pregunto a mi acompañante. ¿Faltan todavía muchos ríos? Tantos como puedas cruzar sin despertarte, me contesta sin boca.

37.
Un baño de inmersión caliente antes de acostarse, es lo mejor para dormir tranquila, me aconseja mamá. Cómo se ve que no conoce a la loca de mi bañadera.

38.
Antes de despertarme riego los helechos y vuelvo a poner en su lugar las historias que saqué del archivo. Barrer no me gusta: prefiero encargárselo a los otros. Cuando me vuelva a dormir quiero encontrar todo en orden.

40.
Entre las dos me inmovilizan las piernas. Su contacto me quema. Después se me enroscan en los brazos. Me tapan la cara hasta que me falta el aire. Esta vez estoy decidida: sábanas de poliéster no compro más. Son verdaderamente traicioneras.

41.
El sueño es privilegiado territorio del pecado. Terrible lugar donde se cumplen y se castigan los sueños que nada satisface.

45.
La caja de fósforos se abre sola. Salen dos fosforitos. A grandes bocados se comen la pizza que quedó sobre la mesa. Cuando terminan, se devoran el uno al otro hasta la nada. De la caja salen otros fosforitos voraces y van derechito hacia un señor. Empiezan por los zapatos. ¡Corten! grita el director. Pero ya nadie le hace caso.

46.
En un lugar que a veces es París me tienen secuestrada. En vez de correr hacia la derecha o la izquierda, las calles giran en redondo. Hay un notable exceso de escaleras. Elijo siempre las que van hacia arriba. Sin  embargo, por más que subo, no consigo emerger de abajo de la frazada. ¡Es tan duro Paris para los inmigrantes pobres!

48.
Los calamares no me atemorizan. En señal de amistad, trenzo y destrenzo sus tentáculos. Después de todo, soy casi una de ellos: yo también sé jugar a esconderme con nubes de tinta.

57.
En la legislación de algunos países el estado de ebriedad es agravante en la comisión de ciertos crímenes. En mi país, en cambio, atenúa la pena. Antes de irse a dormir, conviene, emborracharse por las dudas.

60.
Apenas me despierto, mi ropa se apresura a colgarse de las perchas.  El espejo se abraza a la pared como si nunca la hubiese abandonado y el velador vuelve a la mesita de luz con el paso cansado de un noctámbulo a la hora del desayuno.  Cuando abro los ojos, todos están más o menos en su lugar.  La cómoda, para disimular, silba un tango bajito.  Si no fuera por el desorden de mi ropero, podría creer que aquí no ha pasado nada.

61.
Crece el porcentaje de oscuridad en el aire. Tan alto es que se condensa ya en gruesas gotas sobre las superficies blancas. No sólo la respiro: puedo palparla con las yemas de los dedos en los objetos que me rodean. En esta situación, será mejor mantener los ojos bien cerrados. Tanta oscuridad podría revelar  las imágenes que oculto detrás de los párpados.

66.
Considéreme usted un sueño, dice el señor K. con voz infinitamente suave para no despertarme, mientras corre en puntas de pie por mi habitación. El muy ingenuo pretende hacerme creer que no lo es.

69.
Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.

70.
Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda los colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también.

73.
Habéis desobedecido mi orden, dijo el Señor a Adán y Eva. Y sin darles otra oportunidad, los despertó de golpe.

74.
Yo todo lo consulto con mi almohada porque la sé de buen juicio. Ella me escucha en silencio y me responde con sensatez. En la conversación interviene la frazada. (Al final, siempre le hago caso al colchón, que es un irresponsable.)

76.
Esto no es obra de un ser humano, dice el caballero de levita, contemplando las huellas profundas y sangrientas que se hunden en la carne. Vamos, adulón, exagera usted, le digo yo modestamente, con las garras metidas en los bolsillos.

77.
De los vegetales de hojas perennes, ninguno se reproduce tan rápidamente como mi biblioteca. Sus vástagos, sus brotes y retoños amenazan con asfixiarme en primavera.

89.
¿Qué le hubiera gustado ser si no fuera lo que es?, le pregunta el periodista a la vampiresa. Me hubiese encantado tener sangre de periodista, contesta ella, más interesada en su yugular que en su micrófono.

92.
Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.

97.
El autor sueña a un hombre que sueña a otro hombre y es a su vez soñado por un tercero que es quizás el mismo autor. Frente a la responsabilidad del soñador, el autor parece añorar la inocencia final del personaje.

102.
Los chicos se duermen escuchando cuentos de hadas. Los grandes se duermen mirando televisión. Dejando en la vigilia un relato interrumpido, los hombres creen asegurarse el despertar. Tan ciegamente confían en la curiosidad de la muerte.

103.
La vida es sueño, reflexiona el engañado Segismundo. Como si no tuviera, precisamente él, suficientes pruebas de lo contrario.

108.
Yo contra los huevos fritos no tengo nada. Son ellos los que me miran con asombro, con terror, desorbitados.

111.
Me adelanto a una velocidad fulgurante, ya estoy en el área penal, desbordo a los defensores, el arquero sale a detenerme, me escapo por el costado, cruzo la línea de gol, me voy contra la red. El público grita enloquecido. Flor de golazo, comentan los aficionados. Flor de patada, pienso yo, dolorida, mientras me alzan para llevarme otra vez a la mitad del campo.

116.
Con un correctísimo conjuro invoco a Satanás. Sin embargo, debo resignarme a conversar con su secretario. Mi señor es ubicuo y omnisciente, anuncia con solemnidad. Pero me entrega una solicitud para llenar por triplicado. Decididamente la burocracia es un infierno.

117.
¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

119.
Duplicar el capital frente a un espejo. ¿Especular?

120.
Veo dos pies que se asoman debajo de la cortina. Veo dos ojos saltones que me espían y se vuelven a ocultar. Veo dos manos asombrosas extenderse hacia mi cuello. Y sin embargo, no preveo el ataque: dos individuos torpes, mutilados, arrojándose a los saltos sobre mí.

130.
Seamos realistas: una descarnada voz es todo lo que el teléfono nos brinda. Es necesario tener mucha imaginación y un exceso de confianza para postular siempre del otro lado un invariable cuerpo que la emite.

149.
En su sueño, el ventrílocuo es muñeco. El muñeco, en cambio, suele soñar con la mujer del ventrílocuo.

161.
Cuando sientas con narices plenas un progresivo atronar de cornamusas, sabrás que te estás aproximando a mi ciudad.

166.
¡Qué moda esta! Imposible respirar con la ropa tan ajustada: el pañuelo sobre la boca, la corbata alrededor de las muñecas, el cinturón, sobre todo, apretándose tan ferozmente a mi cuello.

 
167.
Para que crezcan bien no basta con regarlas todos los días: hay que darles cariño, hablarles mucho, acariciarles la cabeza y las manos, decía el potus a los helechos, mirándome con orgullo.

169.
He visto cómo plantaban su semilla redonda, de color metálico Lo he visto crecer y desarrollarse, desde aquel débil vástago, un fino alambre doblado por el viento, hasta este ejemplar adulto, robusto y orgulloso, capaz de detener fácilmente un camión con acoplado. He intentado guarecerme en su sombra, que es escasa. Evito, en cambio, el contacto con su savia fatal. Y no sólo lo conozco por su nombre depila: soy capaz de distinguir los sutiles matices de su verde entre todos los demás semáforos de la ciudad.

172.
Una planta carnívora de hojas velludas, me impide el sueño con sus gritos de hambre. Mi dedo meñique no le basta, ni mi pie derecho, que traga de un solo bocado, ni una oreja. Satisfecha por fin, se calla, y logro dormir mis pobres restos. Desgraciadamente no queda sobre la almohada más que mi nariz, que siempre termina por despertarme con sus ronquidos.

175.
A veces, cuando duermo, soy tortuga y, con menos frecuencia, sigo siéndolo, después del despertar, durante todo un día. Es una chica tan sensible, dicen mis conocidos, y palmean amablemente la caparazón, fingiendo no notarlo. El espejo, hipócrita y cordial, también me ofrece su ayuda, y yo misma podría olvidarlo si no se estremecieran las cobardes lechugas a mi paso.

176.
Durante cien años durmió la Bella. Un año tardó en desperezarse tras el beso apasionado de su príncipe. Dos años le llevó vestirse y cinco el desayuno. Todo lo había soportado sin quejas el real esposo hasta el momento terrible en que, después de los catorce años del almuerzo, llegó la hora de la siesta.

178.
Los niños se resisten al sueño porque recuerdan con excesiva precisión la calidad de la ausencia inimaginable desde la que han llegado. Sólo el tiempo, el despertador y el olvido podrán obligarnos a disfrutar del sueño, de la nada.

188.
Que pensarás ahora de mí, comento, mientras vuelvo a ponerme lentamente la ropa. Y aunque no me conteste nada, yo sé bien cómo interpretar esa sonrisa irónica en la boca enorme, desdentada, de mi bañadera.

189.
Si te seguís portando tan mal me vas a sacar canas verdes, amenaza mi madre, sacudiendo esa cabellera violácea que tan bien armoniza con el celeste profundo de su piel, con sus ojos magenta.

194
Los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor, mucho calor, la piel de mis piernas enrojece, los zapatitos se me incrustan, gotas de sangre empiezan a brotar en los bordes, donde el cuero se clava en la carne, atravesando las medias cuyo calor ácido, intolerable, me llaga las pantorrillas, las destroza, mientras se oyen las locas carcajadas de ese maldito muchachito de enfrente.


209.
No puede golpearlo: su daño afectaría mi suerte. No puedo ponerlo en penitencia contra la pared: entre nosotros, una acción semejante sólo se tolera ante la muerte. Cómo entonces castigar al espejo por haberse atrevido a reflejar mi otro cuerpo, la menos visible de mis caras.

213.
Toda bruja tiene su escoba o la desea.

215.
Compra esta lámpara: puedo realizar todos los deseos de mi amo, dice secretamente el genio al asombrado cliente del negocio de antigüedades, que se apresura a obedecerlo sin saber que el genio ya tiene amo (el dueño del negocio) y un deseo que cumplir (incrementar la venta de lámparas).

223.
Para dormir cómoda, me despojo de todo lo superfluo. Sentada en el borde de la cama me quito lentamente la ropa. Dejo caer los brazos, que se estiran sobre la alfombra como gruesas serpientes. Con un movimiento brusco me desprendo de las piernas y sacudiendo la cabeza hago volar mis facciones (ojos, boca, nariz) por todos los rincones de la habitación. Y continúo, hasta que no queda entre las sábanas más que mi sexo, que de todas maneras nunca duerme.

231.
Qué hermoso despertar con el canto de los pájaros, oír en la mañana soleada sus gorjeos que crecen en intensidad y alegría mientras el sol trepa hacia su cenit y siguen aumentando de volumen por la tarde hasta que parece el mundo entero, ya en el crepúsculo, una caja de resonancia para sus dulces trinos quese hacen cada vez más y más fuertes cuando empieza la noche y descubrimos que nunca, nunca más vamos a poder dormir si no se callan (y no se callan) esos malditos pájaros.

240.
Los hombres salen del saloon y se enfrentan en la calle polvorienta, bajo el sol pesado, sus manos muy cerca de las pistoleras.  En el velocísimo instante de las armas, la cámara retrocede para mostrar el equipo de filmación, pero ya es tarde: uno de los disparos ha alcanzado a un espectador que muere silencioso en su butaca.

249.
Todos los patitos se fueron a bañar y el más chiquitito se quiso quedar. Él sabía por qué: el compuesto químico que había arrojado horas antes en el agua del estanque dio el resultado previsto. Mamá Pata no volvió a pegarle: a un hijo repentinamente único se lo trata -es natural- con ciertos miramientos.

250.
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de la gravedad.





El ejercicio que les dejo para hacer es que intentemos acercarnos al microrrelato. Recuerden subirlos al blog, si tienen ganas.

¡Y buena semana poética!

Y aquí Fleety & Sr. Tom sueñeando 








1 comentario:

  1. Ejercicio

    Sobre La sueñera, de Ana María Shúa

    1.
    Sueño que se me cae el celular en la pileta de agua caliente.
    Sueño que choco con el auto, que pierdo los documentos, que desaparecen las claves de la computadora, que mi libro favorito se convierte en un grimorio lleno signos ilegibles.
    Sueño que las olas del mar inundan mi departamento, que el despertador, como un mafioso, se traga el botón de apagado mientras aúlla como un demonio.
    Entonces me despierto, me levanto, y me miro en el espejo del baño.
    Y mi sonrisa idiota me recuerda lo afortunado que soy.

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