miércoles, 27 de julio de 2016

Clase N° 15 /año 3 - jueves 21 de julio 2016

Homenaje a
CARLOS GOROSTIZA:
EVOCAR ES UN 
ACTO POÉTICO



Estas dos fotos llevan el crédito de Pablo Senarega


Uno de mis tesoros literarios es el volumen de memorias de Carlos Gorostiza titulado El Merodeador Enmascarado – Algunas memorias, escrito en 2004, firmado por él, dedicándomelo.


La portada de El Merodeador Enmascarado, de Carlos Gorostiza. 
Abajo, la primera página, con la dedicatoria que me escribió.



Y más allá de recordarlo y homenajear a este gran dramaturgo argentino, innovador del género con su realismo, veremos cómo en el género Memoria, género no-ficción, reside persistentemente el vínculo con lo poético. Es que evocar escribiendo es un acto poético.

Memorias refiere a un escrito en el que alguien cuenta selectivos recuerdos y acontecimientos de su vida. La memoria (vocablo que deriva del latín memoria) es una facultad que le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados. En las memorias el autor realiza una narración parcial de su vida, allí el interés se centra, más bien, en rememorar la vivencia del yo de una determinada etapa o de toda una época.

El libro comienza con una cita de autoridad de la autoría de Jorge Luis Borges, que dice:

                                            …un catálogo de preferencias personales compilado al 
                                           azar de la memoria, es decir del olvido…


En referencia, tanto en Borges como en Gorostiza, a esta estrofa de La vuelta de Martín Fierro, de José Hernández, que recuerda que olvidar lo malo / también es tener memoria...

http://martinfierro.org/33.htm



Es la memoria un gran don,
Calidá muy meritoria;
Y aquellos que en esta historia
Sospechen que les doy palo,
Sepan que olvidar lo malo
También es tener memoria.


En esta conmovedora evocación de su propia vida, Carlos Gorostiza recrea buena parte del siglo XX argentino con la lucidez de un testigo excepcional, se lee en la contratapa. Y que a la hora del recuento, toda existencia busca una imagen que cifre el perdido paraíso de la infancia. Para el autor de estas memorias, esa escena vive en las páginas de un episodio de Sexton Blake: El merodeador enmascarado que da título a su viaje retrospectivo (que reproducimos abajo). Estas memorias son el encuentro con la aventura de la ficción.

Y luego leeremos el Prólogo y las primeras páginas de esta obra, de la que me tomé el trabajo de escanear en buena resolución bajo el formato jpg (imagen) para que pueda leerse bien, ya que esta obra no está online.

















En julio de 2013 publiqué este reportaje al gran Carlos Gorostiza, que luego les leeré y pondré también en el blog (aquí mismo debajo). El crédito de la foto es del excelente fotógrafo y reportero gráfico, con quien durante años trabajamos en equipo: Pablo Senarega.



Con ustedes,
Carlos Gorostiza

El gran dramaturgo argentino, autor de memorables obras teatrales como El puente, El acompañamiento y El pan de la locura, engalana hoy nuestras páginas. Dos de sus mejores conceptos: “Desde chico, yo sabía que tenía la ansiedad de crear”, “mis referentes fueron siempre mis amigos del barrio”. La historia del backstage de este reportaje y el reportaje mismo. De pie y aplausos para este grande de la escena

Todo comenzó durante el verano pasado. Es que había vuelto a vivir a mi barrio de infancia y retomé contactos. El primero, sin duda, que me enviaran el diario. Me acerqué al kiosco de diarios y revistas que está ubicado justo en la esquina de Santa Fe y Malabia, en nuestra bendita Buenos Aires. Allí su amable dueño, Hugo Jorge Taboada, me dio la bienvenida y me entregó un almanaque, hecho por ellos, que regalan todos los años a los clientes. El flamante 2013 presentaba esta vez en sus cuatro páginas –me explicó- a escritores argentinos, dos muy del barrio, Gorostiza y Borges, y dos iguales de enormes, Sabato y Alfonsina Storni. Y desde ya, la apertura dedicada a Carlos Gorostiza. Y cuando le expreso mi alegría, él enseguida me dice: “vive aquí, en este edificio de la esquina”. Mi emoción fue doble y por primera vez vislumbré la posibilidad de hacerle un reportaje a esta enorme figura de la escena cultural argentina, y que hace años que casi no concede reportajes. Mmmm, hace mucho que no lo veo, me parece que no debe andar bien de salud; pero, bueno, ¡con mucho gusto le entregaré lo que me das a Teresa, su mujer! Hugo, amabilísimo. Las posibilidades, remotas. De todos modos, siempre el “no” uno lo tiene. Entonces le entregué una cartita de puño y letra solicitándole un reportaje y mis datos de contacto, mi admiración por su obra, uno de mis poemarios dedicado y un ejemplar de SOLDADOS

Al tiempo, un día, la alegría al escuchar en mi contestador telefónico el firme “soy Carlos Gorostiza, le dejo mis datos” se tradujo en una sonrisa que no cabía en mí. Y luego de hablar con él, la emoción fue la coincidencia en una palabra: estado de gracia. Al finalizar el reportaje, le había dado su libro para que me lo dedicara, y luego desandando las calles hasta mi departamento me dije a mí misma: estoy en estado de gracia, no todos los días se puede escuchar a un grande de la literatura y a un ser humano excepcional. Eso, “estado de gracia” volví a decirme. Y cuando abrí mi ejemplar de El merodeador enmascarado. Algunas memorias, de puño y letra Carlos Gorostiza me había escrito esta dedicatoria: “A Sandra, agradecido en esta tarde de gracia”.

Este libro de Algunas memorias, como se lo califica desde el subtítulo, comienza en su más temprana infancia y finaliza más de ochenta años después, en los primeros tramos de este siglo XXI, fecha que al autor le inspira un epílogo entre melancólico y esperanzado. En medio, a lo largo de sus más de 300 páginas, el reconocido dramaturgo y novelista incursiona en un género nuevo para él –el ensayo- y por primera vez además incluye poemas. La atracción de estos recuerdos deriva no sólo de las múltiples y ricas experiencias de la vida personal de Gorostiza sino también de la recreación del escenario histórico, social y costumbrista en que esa vida se desarrolló. Las páginas de El merodeador enmascarado revelan con logrado y atractivo encanto la personalidad de un creador comprometido y un ser humano cuyas obras y ejemplo personal constituyen un testimonio de amor a la literatura, a la vida y a sus semejantes.
Nacido en Buenos Aires el 7 de junio de 1920 (realizamos el reportaje un par de días antes de su cumpleaños Nº 93), Carlos Gorostiza es autor de varias obras fundamentales del teatro argentino. En 1949, con sólo 29 años, conmovió la escena porteña con El puente –estrenada en el Teatro La Máscara– que inauguró una nueva época, el realismo en el teatro argentino. Desde entonces no ha dejado de estrenar, convirtiéndose –por peso propio– en un referente insoslayable de la llamada Generación del ´60, constituida por autores como Roberto Tito Cossa, Ricardo Halac, Sergio De Cecco, Jacobo Langsner, Julio Mauricio, Carlos Somigliana, Ricardo Talesnik y Oscar Viale. Fue un miembro clave de Teatro Abierto, el más recordado movimiento de resistencia cultural durante la dictadura 1976-1983. Y fue, también, el primer Secretario de Cultura de la Nación de la recuperada democracia, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Entre sus principales obras teatrales figuran –además de El puente–, El pan de la locura (1958), Los prójimos (1966), ¿A qué jugamos? (1968), El lugar (1970), Los hermanos queridos (1978), El acompañamiento (Teatro Abierto, 1981), Matar el tiempo, Hay que apagar el fuego (1982), Aeroplanos (1990) y El patio de atrás (1994). Es, además, autor de novelas, entre ellas, Los cuartos oscuros, Cuerpos presentes (1981), El basural (1985), Vuelan las palomas (Premio Planeta, 1999) y La buena gente (2001). En 2012 publicó el poemario De guerras y amores. Poemas 1939-1944 y otros escritos íntimos. Sus obras son conocidas a través de traducciones y representaciones en grandes ciudades, montadas en inglés, francés, italiano, hebreo, portugués, alemán, finlandés y ruso. Asimismo, Carlos Gorostiza ha recibido los premios Nacional y Municipal de Teatro y de Novela.
Hablamos -o mejor dicho, lo escuché- interminablemente. Lo mío, sólo preguntas disparadoras y una atenta lectura de su obra. Le pregunté de cuando siendo un chico de pantalones cortos y con otros muchachos, fueron a ver al escritor Ricardo Rojas, que vivía a la vuelta de su casa. Del Club Laprida Juniors donde jugaba a la pelota en la calle y con sus amigos del barrio (ver recuadro). De cuando a los 20 años se ofreció para ir a pasar dos años a las Islas Orcadas y su ansia de aventuras. Del título del libro, que memora el paraíso de las primeras lecturas de infancia y un episodio de Sexton Blake, que recuperó de grande. De sus comienzos de titiritero, de sus amigos Javier Villafañe y José Sebastián Tallon; de su padre aviador, de su encuentro con Gabriel García Márquez, del primer trabajo a los 12 años como taquígrafo, luego como publicitario y su amor por el teatro independiente. De que el de la identidad es uno de los temas fundamentales en su obra, y que el crítico teatral Osvaldo Pelletieri dice que a lo largo de su obra presenta una “clara unidad semántica”.  

-¿Consejos para un joven dramaturgo?

-Sí, hay algunas exigencias. Algo yo exigiría: su honestidad intelectual, y sinceridad. Que son cosas que son distintas, parecen lo mismo, pero no lo son. Y si será o no, dependerá de su verdadera vocación. Esto no se aprende, esto se nace, como se nace deportista, jugador de ajedrez; son impulsos naturales. Pero una vez conocido ese impulso, trabajar. Lo demás es honestidad, decir lo que tiene necesidad de decir, no inventar pensando en que les interesa a los otros, a una platea inexistente. Este fue el nacimiento del teatro independiente.




Textual (en mis reportajes siempre dejo un lugar para una “ventana” textual. Este justamente es del libro El Merodeador Enmascarado, Seix Barral, 2004, pág. 58 y ss).


“Muchos años después, en mi condición de secretario de Cultura, debí elegir y sugerir al doctor Alfonsín el nombramiento del presidente del Instituto Sanmartiniano. Veníamos arrastrando el peso de una larga dictadura y era difícil encontrar un general democrático para ocupar un cargo tan importante. Un día lo descubrí. El hombre indicado era el general Manuel Laprida. Sugerí su nombre al presidente Alfonsín y él lo aceptó de inmediato: el general Laprida era un demócrata probado.
Cuando apareció en mi despacho adiviné que aquél era el hombre indicado. Después de intercambiar unas pocas palabras convencionales lo confirmé. Cálido, sencillo, amable. Demócrata. Lo felicité por su actitud durante el golpe de Estado de 1966, cuando al frente de las fuerzas que protegían la investidura del doctor Illia ofreció salir a la calle con sus tropas. Noté cómo se esforzaba en combatir su modestia.
-Era mi deber defender al presidente de la Nación. Lo llamé por teléfono y le dije que si él lo ordenaba salíamos en su defensa. Pero el doctor Illia me respondió que no podía aceptar que corriera sangre entre argentinos.
Continuamos hablando sobre la posterior época trágica de nuestro país y al fin terminé ofreciéndole el cargo. Él lo aceptó honrado, “como debe ser aceptado por un general de la Nación”. Me gustó su respuesta y su llaneza, lo que me facilitó el camino para arriesgar uno de los inconfesables productos de mi humor.
-Además, general, para mí es un doble placer ofrecerle este cargo- le dije.
El general me miró extrañado.
-¿Ah, sí? ¿Por qué?
-Porque usted, con su ilustre apellido, no sólo honrará el cargo; sino que también honrará al Club Laprida Juniors, donde yo jugué al fútbol de chico.
Yo esperé por lo menos una sonrisa del general. No. Se quedó mirándome serio y sorprendido, como tratando de reconocerme. Y de pronto me preguntó con una voz que parecía venir de muy lejos:
-¿Cuál? ¿El de los lecheritos Rueda?
De ahí en más el diálogo fue ágil, precipitado. El general había vivido toda su infancia en la misma cuadra de la calle Laprida y era uno de los chicos que participaban del fútbol callejero y de los ardides para eludir a los vigilantes. Muchas tardes habíamos jugado juntos en la calle.
-Yo tenía la suerte de poder meterme en mi casa, en todavía vivo. Pero ustedes algunas veces los agarraron - me confesó.
-A mí no, pero a mi hermano sí. Nos llevaron a la comisaría y pretendía que pasara allí toda la noche. Como castigo, mi madre no pensaba ir a sacarlo; pero yo lloré tanto que al fin lo sacó. Fue una alegría general cuando volvió a casa. Pero creo que quien estaba más contenta era mi madre.
Reímos y unos minutos después éramos dos amigos festejando el mágico encuentro, conscientes de haber burlado el tiempo con bastante agilidad.
Pocos días después se realizó la ceremonia de asunción del presidente del Instituto Sanmartiniano. La plaza Grand Bourg estaba galardonada con la presencia de los seductores uniformes de los Granaderos de San Martín. Yo ingresé emocionado al edificio réplica de aquél de Boulogne Sur Mer. El interior estaba ya ocupado por militares de alta graduación. Adelante, sobre un estrado, estaba mi lugar y el del general Laprida. A los pocos minutos, luego de algunos superficiales saludos a generales y coroneles desconocidos, improvisé unas palabras presentando al nuevo presidente del Instituto. Y entonces aproveché para hablar de un San Martín olvidado. El demócrata. Fue un placer hablar de democracia y de algunas actitudes democráticas olvidadas que el general José de San Martín a la patria. El auditorio escuchaba inmóvil e inexpresivo. En el ambiente teatral, públicos así se ganan una calificación: estaban pintados. A continuación hablé del general Laprida y su sentido democrático. Lo miré, me miró y leí en sus ojos cierta alarma. Yo la percibí y entonces evité mencionar públicamente nuestra vieja amistad. Aquél no era el lugar para chistes. Y menos de anécdotas de niños. Pero creo que los dos nos sonreímos recordándola. Aquélla fue una tarde histórica. En todo el sentido de la palabra” [...]



                                  Reproducción de las dos páginas del reportaje mencionado arriba





Y como siempre, la yapa: 

La excelente necrológica que escribieron Pablo Gorlero y Susana Freire para La Nación.

Copio y pego una síntesis y luego el link completo.

"Vivir es lo importante", solía decir Carlos Gorostiza y cumplió con el propósito de hacerlo hasta los 96 años con una actividad literaria intensa y constante. Definirlo como un autor prolífico e innovador del teatro, como escritor o como director sería simplificar la trayectoria de este dramaturgo. Decir que fue un hombre fundamental de la cultura y el teatro argentinos nos acerca mucho más a esa imagen patriarcal, lúcida hasta último momento, que nunca bajó los brazos, aun en los momentos más conflictivos de nuestra realidad.

http://www.lanacion.com.ar/1919964-carlos-gorostiza-el-patriarca-del-teatro-nacional





¡Buena semana poética!!

Las mujeres somos POETAS

En 2010 di esta pequeña conferencia o más bien charla entre mujeres en una institución, y ante una invitación que me llegó hoy, en la que gentilmente me nombraban como "periodista y poetisa" me parece oportuno copiarla-pegarla en este espacio, porque es un tema de identidad de género. 

Que siga rodando y visibilizándose. 

Sandra Pien 
poeta -periodista - escritora 
- ser humano - planeta Tierra
 (y otras etiquetas que quieran ponernos)
                   
                 






– LAS MUJERES SOMOS POETAS –

DECIRLE A UNA MUJER QUE ES POETISA ES PEYORATIVO
DESCALIFICADOR 
DESPECTIVO


Desde el nacimiento de nuestra literatura, la mujer no tuvo el menor lugar allí como productora de textos. Fue un lugar absolutamente masculino y machista. Y cuando tímidamente logró asomarse a alguna posición, fue como decía Roberto Arlt, por prepotencia de trabajo. Y costó mucho, y sigue costando. 

Especialmente en la Argentina, el término "poetisa" tiene un tinte descalificador, despectivo y peyorativo. Está cargada de desvalorización, las mujeres "poetisas" somos las que escribimos "esos poemitas edulcorados". Tal descalificación la sufrieron profundamente nuestras primeras poetas, Delmira Agustini y Alfonsina Storni y muchas muchas más. 

Desde hace ya más de 30 años, muchas mujeres que transitamos este quehacer decidimos nombrarnos poetas, somos poetas. No nos sentimos "poetisas", es decir, una versión minusválida de un señor que sí puede hacer tañer, acariciar, pulsar las palabras con verdadero oficio de poeta. 

Somos poetas porque nos lo hemos ganado. Somos pares poetas.

Por varias razones; desde la primera, vinculada con la etimología de la palabra: poeta, -ae (que viene del verbo poieo, hacer) es una palabra que pertenece a la primera declinación de sustantivos en latín, donde el 90 por ciento de los pertenecientes a esa declinación son femeninos. Y precisamente es masculina porque no estaba permitido que las mujeres escribiesen. 

Y por supuesto, otra razón sería el ya innegable lugar que encontró la mujer dentro de la literatura; en especial, en la poesía, para expresarse, desde fines del siglo XIX y todo el siglo XX en adelante. 

Esto que relato no es ya por supuesto una vieja bandera feminista; aquellas valientes abrieron el camino, demostraron que podíamos, ya no es necesario ese lugar de empujar para que nos vean. Ya estamos hace más de un siglo en y aquí. Por eso te lo cuento. No somos más poetisas, desde hace mucho. Pero para las más veteranas, como yo, el ver utilizar todavía esa palabra, que fue (y tal vez siga siendo para muchos) bandera de sorna, ridiculez y tomada de pelo, sigue hiriendo.

Muchas veces, cuando algún despistado al que sin embargo no le veo malicia en la utilización del término y con el que comparto la actividad del quehacer poético me dice "poetisa", le respondo "poeto", que sería lo que correspondería a la herencia del latín para masculino y femenino. 

Y recuerdo una vez en especial, en la que yo estaba por leer poemas, lleno de poetas el recinto de la SADE en la calle Uruguay. Y un poeta, uno, un señor alto que sabía de nuestra lucha chiquita pero válida desde la lengua, me presentó adrede como "eximia poetisa". 
Antes de leer, le pedí por favor que se parase a mi lado. Entonces en voz alta y mirándolo de arriba abajo le dije: es verdad y no puedo negarlo, soy petisa (mido 1.59m) y eximia, bueno, le respondí, si seguimos a Darwin, todos somos ex simios. La platea se distendió riéndose a carcajada limpia, las poetas me aplaudieron, los señores notaron mi enfoque y los que entendieron, también aplaudieron. 

Poetas argentinas maravillosas son por supuesto las dos nombradas anteriormente, y María Elena Walsh, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, Diana Bellesi, Angélica Beatriz Lacunza, Nélida Salvador, Edna Pozzi, Ana María Lahitte, Susana Quiroga, Lucía Carmona, Cecila Glanzmann, Sara Cohen, Paulina Vinderman, Susana Cattaneo, María Ines Ure, Rosa María Sobrón, Susana Villalba, Norma Pérez Martín, Michou Portalé, por sólo nombrar a algunas, pero quedan tantas y tantas; la lista sería larguísima y muy fructífera. 




sábado, 23 de julio de 2016

Clase N° 14 /año 3 - jueves 14 de julio 2016

SARA GALLARDO
Y LA POÉTICA
DEL PERIODISMO

Los primeros periodistas fueron antes escritores, una unión tan eficaz en el universo de la palabra que produjo y sigue produciendo voces de excepcional calidad. En ese sentido, y sólo como muestra de cientos de casos, es conocida la anécdota de Jorge Luis Borges y Natalio Botana, el creador de Crítica, el diario que se convirtió en leyenda, cuando éste lo contrató en 1933 y le dijo: "¿Que no es periodista me dice? Me basta y sobra con que sea poeta". 

Durante los convulsionados años 60s, en la Argentina el periodismo se renueva, se arrevista como dijera el periodista y editor Chacho Rodríguez Muñoz con firmas de opinión. Es por aquellos años en que, desde mayo de 1965 y hasta 1973, aparece Confirmado, una revista de actualidad dirigida a la nueva clase media de inquietudes intelectuales con una importante tirada nacional con picos de hasta 50.000 ejemplares. En este nuevo ámbito periodístico, donde tímidamente muchas mujeres fueron logrando puestos destacados en redacciones porteñas, el caso de Sara Gallardo en Confirmado fue singular por muchas causas, pero además porque, en una época en que las mujeres no podían firmar en diarios y revistas más que en contadas veces sólo con iniciales, su firma se transformó en icónica y rupturista desde lo genérico. 




Ese nuevo proyecto del periodista y empresario editorial Jacobo Timerman –el creador de Primera Plana y luego La Opinión– salió a competir y disputarle lectores inquietos y ávidos de contenido cultural y político a otros semanarios como Panorama o la misma Primera Plana, con esta nueva y especializada “revista semanal de noticias”. 
Había tomado como modelos las revistas Time, Newsweek, L’Express, Le Monde. La revista Confirmado fue transformadora e irreverente a la hora de imponer estilos y formas de narrar las noticias, y contó con un plantel de periodistas de excelencia.

SG construyó allí su voz periodística desde 1967, al formar parte de su staff. Sus participaciones en la revista fueron en dos formatos: uno, en la única columna a todo color titulada “La donna è mobile” que escribía pero no firmaba, en la que la temática era eminentemente femenina y ligada a la “mujer moderna” y los convulsionados movimientos de la moda de la época. El segundo fueron las famosas columnas que se compilan en el libro Macaneos (abajo, la portada), cuyo estudio preliminar, selección y notas estuvo a cargo de Lucía de Leone, especialista en su obra, doctora en Letras y también responsable del importante estudio preliminar con el que comienza el libro, editado bajo la supervisión de Paula Pico Estrada, hija mayor de Sara Gallardo, para Ediciones Winograd.



La compilación de las columnas escritas por Sara Gallardo en la revista Confirmado actualiza la obra de la escritora a través de un lugar casi desconocido en ella, su labor periodística.

Si bien Gallardo había ya publicado dos novelas, Enero (1958) y Pantalones azules (1963), su actuación literaria rara vez aparece mencionada en la revista. Es que no hacía falta. Era una época en que la palabra de prestigio era la de los escritores, quienes eran consultados hasta en los temas más nimios, como hoy podrían serlo los denominados “mediáticos”. En esos momentos brillaban además la ya impuesta Silvina Ocampo, más las voces de Silvina Bullrich, Beatriz Guido, Marta Lynch, Luisa Mercedes Levinson, entre otras.

Los textos periodísticos que produce Sara Gallardo dejan traslucir su irónica mirada de la cotidianidad tanto respecto de la elección de los tópicos como de la modalidad de su tratamiento y técnicas de escritura. En esas páginas semanales fue alcanzando identidad genérica, características propias y multiplicidad de perspectivas. Ella misma, por ejemplo, es uno de los personajes principales de sus intervenciones periodísticas. Jamás deja de reírse de sí misma. En 1968 incluso fue tapa de Confirmado (arriba reproducida) a raíz de la aparición de su novela Los galgos, los galgos. A la semana siguiente, la columna de Sara Gallardo trataba acerca de la extrañeza que le producía el ver su cara colgada en los kioscos de diarios y revistas. 

Macaneos reúne sus columnas de la revista Confirmado, publicadas entre 1967 y 1972. En ellas no sólo escribe con destreza y elegancia contra la idea de actualidad y vértigo de la información sino que también renueva y refuerza, en un juego de espejos con sus novelas y cuentos, su imagen pública de escritora joven, talentosa y rupturista.

Leeremos tres columnas de esta obra, que colocaré aquí en formato jpg: Los anteojos de color y la balada del gallinero triste, luego La Historia de Lisandro Vega (el protoprotagonista de su novela Eisejuaz, 1971, representante del realismo mágico) y, por último, La corbata y el saco.














Imágenes gentileza Ed. Winograd



Y como siempre, yapas. Aquí cuatro: 

1- de Abanico, la revista de la Biblioteca Nacional  http://web.archive.org/web/20111219155626/http://www.bn.gov.ar/abanico/A40705/gallardo.monta.html

2-  un bello texto del escritor Leopoldo Brizuela caracterizándola http://web.archive.org/web/20140226032748/http://www.federata.com.ar/23_tema_lb.htm

3-  La columna de Silvia Hopenhayn donde con su gran calidad periodística reseña esta obra http://www.lanacion.com.ar/1864361-sara-gallardo-sabrosa-desactualidad

4-  La narrativa breve de Sara Gallardo, sus microficciones y algún poema, por Pablo Dema para Letra inversahttp://www.letrainversa.com.ar/li/literatura-lecturas-criticas/97-la-narrativa-breve-de-sara-gallardo-un-abordaje-desde-el-marco-teorico-de-la-minificcion.html










¡Buena semana poética!!


miércoles, 20 de julio de 2016

Clase N° 13 /año 3 - jueves 7 de julio 2016


RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN 
Y SUS CALLES
DONDE TODOS BAILAN
CON AGUJEROS 
EN LAS MEDIAS


Fue uno de los más importantes poetas argentinos del siglo XX, hoy prácticamente olvidado. Fue el que dibujó verbalmente un puente desde lo poético hacia la prosa y desde lo urbano con la estructura desestructurada de la vanguardia. Fue el primero que blindó la rosa, dijo de él Pablo Neruda.  

 “Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares”, según lo definió Pedro Orgambide.

Hoy veremos dos de los poemarios emblemáticos de RGT: La calle del agujero en la media y Todos bailan. Emblemáticos en el sentido de que desde la vanguardia, como forma de la no forma, desde los que se reunían bajo el nombre de Florida, y con los elementos constituyentes de la mirada del Grupo Boedo, y ya influido por el surrealismo francés.


Hijo de inmigrantes españoles de origen obrero, el sexto de siete hermanos heredó el compromiso social de su abuelo materno, Manuel Tuñón, un minero asturiano y socialista que fue el primero en llevarlo a una manifestación.



Plaza "Raúl González Tuñón”, ubicada en su barrio, en la intersección de las calles 24 de Noviembre e Hipólito Yrigoyen. Placa homenaje de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires a "Un poeta de Ciudad"; 29 de marzo 2005.


En Saavedra 615, barrio de Balvanera, la casa donde nació Raúl González Tuñón.
Allí en 2005, centenario del nacimiento del poeta, los vecinos colocaron esta placa, que hoy está rota, vandalizada. Aquí una foto anterior, completa.


Gran Premio Honor de la SADE –Sociedad Argentina de Escritores 1972–  Raúl González Tuñón nació en Buenos Aires el 29 de marzo de 1905, y murió en la misma ciudad en 1974.

En 1922 publicó sus primeros poemas en las revistas Caras y Caretas e Inicial. En 1923 participó en la redacción de Proa, la revista que dirigió Ricardo Güiraldes, y colaboró en el periódico Martín Fierro. Viajó por el interior del país y en 1929 por primera vez a Europa. Dos años después a Brasil, y en 1932 al Chaco paraguayo, para el diario Crítica, como corresponsal de guerra. En 1933 fundó la revista Contra. Lo detuvieron y procesaron por “incitación a la rebelión”. En 1934 viajó a España y se radicó en Madrid, donde trabó amistad con García Lorca, Neruda y Miguel Hernández. En 1935 regresó a Buenos Aires y dos años más tarde viajó  otra vez en España, durante la defensa de Madrid. Vivió en Chile. Viajó por Europa, fue a la Unión Soviética y a China.

Con El violín del diablo (1926) y Miércoles de ceniza (1928) Tuñón aporta a la poesía el desenfado y la picardía de lo popular: los hombres de los puertos, los vagos y mal entretenidos que deambulaban por el viejo Paseo de Julio. Es un reconocimiento apasionado no sólo de la gente sino de los escenarios poco prestigiosos de la ciudad durante los años '20 del siglo pasado. Es en el puerto, en los suburbios, en el conventillo donde encuentra los motivos de sus poemas.

Todo es motivo de canto para el poeta. En este primer período, la poesía de Tuñón une lo descriptivo la imagen insólita, la pirueta, un pase de prestidigitador.

En otros poemas, El séptimo cielo, por ejemplo, utiliza la palabra en función de onomatopeya, de dibujo verbal. Es lo que se advierte también en Poema de la Cenicienta Ciudadana, donde los nombres ingleses de los artistas de cine o de su máquina de escribir sirven de rima y música interna al poema.

En La Calle del Agujero en la Media (1930) el verso libre, de amplio período, suplanta la cadenciosa, rítmica primera manera del poeta. Ahora, el discurso poético se distiende, se abre para incorporar lo sensorial en infinitos detalles, para registrar pequeñas anécdotas que tienen la brevedad de una instantánea. Este cambio de lenguaje corresponde al cambio de escenario: ya no es Buenos Aires sino París. Como constante, queda su observación de lo cotidiano, su mirar en las vidrieras y en los ojos fraternales: los de un saxofonista, los de un vendedor de globos, los de las chicas del music hall, los de Blanca Luz que está lejos, los del organista de la iglesia de San Suplicio.

En El otro lado de la Estrella y Todos bailan, poemas de Juancito Caminador, ambos publicados en 1934, Raúl González Tuñón continúa esta segunda manera de su poesía: el verso amplio que llega fundirse con la prosa.

De ese tiempo es la serie de Blues y su memorable poema Lluvia.
Canta ahora no sólo al amor y a la vida vagabunda, sino a los hombres dispuestos a una actitud de solidaridad y al combate.

Su registro de los años '30: el clima de preguerra europeo, el apogeo del jazz, los gangsters de EEUU ("Los Seis Hermanos Rápidos Dedos en el Gatillo") preparan ya el advenimiento de la poesía política de González Tuñón.

En 1936 aparece La rosa blindada. Puede señalarse este momento como el del tercer período poético de González Tuñón. En él se integran y se complementan sus dos maneras anteriores.

Fiel al recuerdo de su abuelo Manuel Tuñón (obrero nacido en Mieres que lleva a su nieto a una manifestación socialista), fiel también a la poesía española, a los romances y coplas populares, González Tuñón enriquece la suya tanto en su tema como en su lenguaje. "La Libertaria", "El Tren Blindado de Mieres", "La Copla al Servicio de la Revolución", "Cuidado, que viene el Tercio", "La muerte Derramada", "El Pequeño Cementerio Fusilado" son algunos poemas de aquel tiempo, en los que, a partir de un tema heroico, la poesía se expresa tanto en verso rimado como en largos períodos de verso libre y prosa. En Las puertas de fuego (1923) y La Muerte en Madrid (1939) el mismo tema y procedimiento se reiteran con acierto.

No ocurrió lo mismo en parte de su producción posterior, donde a veces lo contingente, lo aleatorio, el compromiso de circunstancia, restó fuerza a su poesía.

No obstante, se advierte en sus últimos poemas un feliz regreso a sus orígenes, al poeta vagabundo, a su querido Juancito Caminador, aquel que dijo: "Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad."


Escrito sobre una mesa de Montparnasse

Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
–cada ventana paga su pedazo de sol con una canción-,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución.
Y entonces, pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?
Tengo dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.
Ellos me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los gatos se calientan al sol pero un hombre necesita
de la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer
siquiera dos veces a la semana.
Algunas mujeres me han detenido en Montmartre
pero me piden cigarrillos y cien francos
y yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
y hablarles de mi país sin que ellas me comprendan
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.
Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
–la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes–
yo vi cómo en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha.
Vengo de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de Buenos Aires que es tres veces más grande que París
y tres veces más pequeña.
Y aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla
sean productos perfectamente europeos
soy triste y cordial como un legítimo argentino.
Diría: soy un pobre muchacho abandonado aquí
como una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.
Pero si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para que venga una mujer y me ame!
¿Conocen ustedes el Neuquén?
Allí hay cabañas de troncos de árboles
y pulperías en donde venden conejillos y libros de Maurice Dekobra.
¿Y Tucumán? En Tucumán solo puede buscarse
la noche en los ojos de sus
mujeres y las guitarras de sonoras y floridas parecen patios.
¿Y Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar
porque han nacido al borde de las acequias.
¿Y La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano
y gané una elección con cincuenta pesos y una vaca,
absorto, como Buster Keaton.
¿Y Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.
Los duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y por la noche se ocultaban en las hornacinas
para hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.
Nosotros tenemos además estaciones abandonadas, pozos de petróleo
y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.
Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la risa verdaderamente pura,
el corazón verdaderamente libre.
Y no se hable de mi corazón.
Yo quisiera
anunciar la función de los circos
dando puñetazos a las estrellas rojas.
Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo
para que rabien los millonarios.
Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien
una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.
Yo quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer una revolución con mis manos amigas del
cristal, de la luz, de la caricia
–destruir todas la tiendas de los burgueses
y todas la academias del mundo–
y hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles como Alain Gerbault
para que venga Blanca Luz y me ame.

Sobre las catedrales sobre la guerra

Le digo que los hombres no pueden levantar catedrales tan hermosas como éstas, porque ya Dios es algo conquistado. ¿Quién realizará un hermoso vitraux, parecido siquiera al más simple de la catedral de Chartres, si ya la música se ha encargado de inutilizar la función del vitraux?

Los hombres de ayer, los que decoraron Nôtre Dame de París con la fervorosa estrella de tonos azulado, debieron conquistar a Dios para nosotros y se esforzaron en construir catedrales góticas para acercarse a él. De ese esfuerzo nació la expresión más pura de aquel tiempo: la Sainte Chapelle, donde queda bien la sombra del rey San Luis y donde los ángeles que no pudieron llegar al cielo vienen a refugiarse dándole un color especial en el crepúsculo.

Los hombres de Europa hablan todavía de la guerra.

Europa es un soldado dormido sobre la mochila.

Se despertará protestando al encontrar frío y desabrido el puchero y blasfemará al retirar sus  pesadas botas del fango de la trinchera.

Alguien fue a hablar con un ministro ruso, y éste le contestó: Amigo mío, lo único que ahora me interesa es la escenografía.

He visto bayonetas asomando de la tierra y he pensado en los esqueletos que las sostienen exactamente como quedaron cuando estallaron los obuses.

Pero en Francia me dijeron:
He aquí un hermoso monumento.

¿Qué podremos hacer nosotros para reconstruir este antiguo templo?

Un cristo de palo, arrinconado entre un montón de escombros, meditaba, con la sien agujereada por una bala.

¿Qué iremos a conquistar para renacer? ¿Qué nos falta por conquistar?

Y comprendieron que el porvenir se les escapaba de las manos.

Alguien podría decir: yo les invito a conquistar el porvenir, como un juego de niños, en la escuela, cuando todos los juegos se han agotado, y surge uno, desconocido  simple.


Albergue de la campana

“No perdurarán los poemas escritos por bebedores de agua” Horacio

Mientras los estudiantes japoneses aprenden a bailar el tango en las “boites” y al entrar más tarde a La Sorbona pliegan su sonrisa como una servilleta, aquí en la antigua taberna, dos árabes especialmente contratados por la Wagon Lits divierten a los comerciantes de Chicago y nosotros, nosotros bebemos el cálido vino de Francia.

Pediría un saxofón y una langosta de colores y una galera gris.

O una hornacina para ubicar a ese burgués con los ojos verdes, e hinchado de gruesa cerveza.

O un grimorio para conjurar a los duendes que adornaron la cripta, apta para los escamoteos del célebre jugador Oarkurst que aquí desplumaría con admirable facilidad a los turistas, mientras el pelirrojo del piano canta “Mi tío tiene un chaleco de pelo de cabra” o “Quiero un tambor en las orillas del Bam Bam Bamy”…

O una sonrisa de muchacha del bosque servida para mí por alguna “tzigana” especialmente contratada por la Agencia Cook.

Pero no se trata de pedir sino de dar y yo esta noche no puedo dar otra cosa que mi alegre corazón.

Somos camaradas, es verdad, ante todo. Amamos el buen vino y las risueñas mujeres y llegaremos a tener una novia en cada puerto.

Y creemos en Dios, en los sabios alemanes, en los comunistas rusos, en los estadistas franceses y sobre todo, sobre todo, en este “gnomo” de cabezota colorada y orejas puntiagudas que con voz de falsete, entra a anunciarnos que la mañana está en la calle.

En la calle donde “yace el corazón”, en la calle que da a todos los azules caminos
de Francia”.


Jazz band

El hombre del pasillo se estremece al pasar por la cámara del dínamo potente en donde solo tiene entrada un muñeco azul, de ojos azules y ademanes azules.
Yo soy el hombre del pasillo.
Nuestra tristeza de hierro, nuestro silencio de hierro, nuestra alegría de hierro.
Entremos al bar, la noche está afuera, como el mar. El bar parece un puerto.
Yo vi sus luces rojas desde lejos. La noche se tendía a sus pies como un animal herido.
Allá arden las avenidas gritando letreros luminosos al espacio infinito.
La luna igual que tú, eh, apártate, porque el jazz romperá sus platillos sobre tu peluda cabeza. Córtate la melena y la vida te será más fácil. Enciende un cigarrillo rubio como esta copa de whisky dulzón que paladeo junto con la voz de la muchacha del bar.
Entra un contrabandista de licores.
Abre las piernas, descontorsiónate en el Charleston epiléptico y bullicioso, reconcíliate con la vida que una nueva alegría me ha venido a los ojos y un nuevo deseo me ha venido a las manos. Préstame tus senos, dame un montón de palabras para arrojarlas a la calle, a la noche, al mar.
Entra un jefe de avisos económicos clasificados.
Escucharás el ruido. Abre el paraguas. Este burgués ha traído su paraguas, increíble, como el viento que ronda nuestra felicidad posible. Puedo decir algo sobre la angustia.
Soy feliz. Prepara el sonoro cocktail y recién mañana me hablarás de la guerra, de los obuses que caen de los astros, de la trinchera fangosa y los tanques que escupen la muerte.
Entra un miembro de la Conferencia Naval. Ahora quiero salir en un barco de hierro. Vivo en una casa de hierro. Tengo carcajadas definitivas y ojos duros, redondos y penetrantes.
El hombre que tenía alma de prestamista, corazón de catedrático, gestos de procurador, está caído contra las piedras de la calle. Me habló de Kant y le eché cocaína en su copa.
La solemnidad caída contra la calle.
Yo soy un muchacho risueño y fatalista que canta, bebe y baila y de vez en cuando descabeza una siesta recostado en la voz del saxofón.
Mi generación está perdida porque han olvidado enseñarnos el fervor.
Alégrate, sin embargo. Afuera el silencio de hierro. Los vendedores de armamentos venden champagne.
No usamos reloj.
El jazz latiendo su sonido irregular, loco, sobre la tarima, es el corazón del tiempo.


Poemas de Juancito Caminador
Todos bailan

Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente,
lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad
y si hay alguna persona que quiere saber lo que me ha ocurrido
ya se puede ir enterando.
Vamos a girar, por ejemplo, alrededor de La Rioja
y de esos rostros y esos paisajes que giraron a mi alrededor
hace algunos años
y que hoy se prolongan en la muerte de tantas fotografías perdidas.
Me había ocurrido el nacer y el vagabundear adolescente
—cuando era chico miraba llover y me gustaban los agrios dulces
—cuando era adolescente me gustaban la cocaína y Victor Hugo
y cuando de pronto me vi corriendo delante de la muerte
—estaba trémulo, solo en la soledad de los Llanos—
la vida me pareció tremendamente deliciosa y tremendamente,
verdaderamente peligrosa.
Me dijeron: ‘’Octavio Portela se murió’’
y entonces pensé: ¿Es que uno puede morirse?
Infiel no fui con el amigo querido.
Juro que le rendí el mejor de los homenajes.
Cuando el murió yo sentí un gusto inmenso de la vida y dije:
—Voy a vivir también por lo que le quedaba de vivir.
Nunca conocí el arrepentimiento feroz aunque no quise verlo muerto.
Me parecía imposible que alguien se muriera mientras yo, ah,
mientras Juancito Caminador amaba las muchachas del verano,
los vinos ácidos, los versos de Rimbaud,
las bombas, las orejas de las mujeres tuberculosas, los expresos
y los ventiladores enloquecidos en los ángulos de las amuebladas.
Recuerdo que él estaba asomado a una ventana del Hospital
y en el fondo velaban a la chica muerta del día
y él decía: ‘’ Qué olor tienen los caballos placeros’’
y el florero estaba vacío sobre la pila de libros vacíos
porque ya habíamos releído los libros y estábamos llenos de las ideas
de los libros.
Yo tenía nostalgia de cosas que iban a sucederme y pensaba:
¿Qué estará haciendo ahora la Reina de Rumania?
¡Después la conocí saliendo de un hotel de lujo
En el corazón rencoroso de Europa!
Y después anduve sobre los aeroplanos
y me metí en estaciones absurdas, escondidas,
con vagos aromas de aserraderos y destilerías.
Me gustaba contar: ‘’ El día 14 de febrero el señor (aquí un nombre)
penetró a la casa señalada con el número 1—7—7—4
y fue ladrado por un perro sin cabeza’’.
La primera vez que robé un libro, esa otra en que fui preso
por dormir en un hotel de vagos y ladrones
o simplemente, la vez que enamoré a la hija de un guardabarrera,
¡una hija de la distancia, del camino, del horizonte desconocido!
Solía frecuentar las obras en construcción, borracho, y recuerdo que una vez
Arturo Santillán me dijo: ‘’ Por pasar por abajo nos vamos a quedar solteros’’.
Y yo tenía dos queridas y una cajetilla de marfil llena de opio.
¡Todos los relojes enloquecieron de pronto!
¡Todas las marionetas lloraron en los organitos!
¡Todos los almanaques rodaron degollados sobre las mesas de las oficinas!
¡Todos los miembros de la Liga de las Naciones fallecieron de pulmonía!
Y mi corazón continúa alegre y violento como el corazón alborotado de un mundo nuevo.

Blues de la buhardilla

Estoy solo en mi cuarto y por eso viene la fiebre verde a devorarme.
Cómo te diré mi más bello poema, oh, pequeña amiga,
qué hará mi corazón tan solo.
Los tejados deslizan hasta el suelo musgo y cantos de pájaros.
Otras tantas muertes ruedan por la canaleta del día.
Las lavanderas inclinadas en las bateas y los chiquillos mocosos que crecerán sin cultura.
Los obreros que vuelven de los talleres sólo recuerdan ruidos.
El rumor de la ciudad achicado, perdido en el rumor de las alcantarillas.
El muro del asilo fresco y sonoro, y dos árboles, y dos ventanas y dos luces y dos vientos y dos pesos. Solamente dos pesos.
Y el reloj que no quiere detenerse para aguardarte y sigue palpitando el tiempo.
Y los libros ya manoseados llenos del drama que superamos.
Y los retratos, otras tantas muertes colgadas.
Otras tantas muertes ruedan por la canaleta del día.
Y el penúltimo cigarrillo que arrojamos sin sentir por el ojo de buey de la soledad.
Y el trepidar del tren asombrando la entraña de la tierra.
Un grupo de croatas ha invadido la zona del Bertchold en busca de oro.
Los hombres dentro del túnel buscan el oro que nace sucio y socavan la sociedad cuya base no podrá ser el sucio dinero.
Los cadáveres marchan con una linterna en la frente.
Así murió el padre de Catalina.
Un hilo de sangre le salía de la boca al asesino.
Nada se sabe del submarino hundido.
Señores profesores: La economía política es también poesía.
Piensa que en el fondo de los mares andaba y apenas salía a flote para ver con su único ojo terrible los navíos a la distancia.
Piensa que fue afilado y sereno y tuvo gracia de perfectos tornillos.
74 hombres están agonizando dentro del submarino.
A la hora de cerrar esta edición.
A semejante profundidad no llegarán los buzos, el cable de oxígeno, el discurso del Almirante, los sollozos de los parientes, los nombres de las tabernas, las mujerzuelas de los muelles, el hinchado vientre del puerto, nuestro viejo amigo.
Paciencia.
Ayer enterraron al tercer pistolero muerto.
Es tiempo de ocuparse del hombre.
De Dios nos ocuparemos más tarde.
Y cada uno puede cultivarlo a su hora.
¡Viva Nicolás Lenin!
A los 15 años me decidí por la aventura y soy en potencia el más grande de los aventureros.



La yapa: varios links acerca de la vida y obra de este gran poeta: